Apenas iniciada la década de los 70, un
artista plástico se abrió paso en forma abrupta y desconcertante. Tras
experimentar en pintura y escultura, encontró un aparato sencillo, sin
más complejidad que la invertida en la fotografía de aquél entonces,
pensada sólo para lograr imágenes rápidas, al vuelo. El griego Lucas Samaras
había descubierto la fotografía polaroid y, por su técnica, abriría paso
a la inspiración de millones en la apenas naciente fotografía digital. El único antecedente, relativamente
cercano, al principio de la manipulación de imágenes fotográficas, más
allá de Man Ray, con la transformación como principio explícito, se
puede decir que pertenece a Samaras.
Concebido como un ejercicio de
manipulación, orientado a la transformación de la emulsión de imágenes
polaroid, Samaras se encuentra entre los primeros en haber desarrollado
lo que hoy se conoce como “transferencia polaroid”: tras tomar la
fotografía, humedecer imagen y su soporte en una solución, para así
desprender la gelatina impregnada en la superficie de plástico. Una vez
hecho eso, trasladar la gelatina a otro soporte para en la nueva
superficie hacer con dicha imagen lo que se quiera.
Derritiendo, diluyendo, raspando,
quemando, rompiendo, maltratando la emulsión, Samarás desarrolló la
serie “Autoentrevistas”, conjunto de autorretratos en los que ocupa el
lugar de un modelo en diferentes circunstancias, hablando de tal modo
con el lente, que la percepción de la imagen no se encuentra supeditada a
la maestría sobre el mecanismo de la cámara, menos aun, en la fantasía
que el modelo tiene de sí mismo y por ello como se proyecta ante los
ojos de un espectador imaginario.
Se trata, en todo caso, de un descenso
pesadillesco hacia la construcción de un cuestionamiento deliberado.
Samaras toma de los cabellos la poesía
lírica del foto periodismo —particularmente el de guerra—, de la misma
forma que agrede la cada vez más ampulosa y compleja fotografía de
modas, cuyos modelos aspiran a volverse frente a la cámara una imagen no
sólo ideal, aspiraciones de carne y hueso de aquello a lo que debería
aspirar un ser humano.
En su lugar, Samaras elabora una
confrontación con el espectador; plantea un tipo de mirada que se aparta
de la belleza y, sin recurrir al fotomontaje, pues todo lo trabaja en
una misma gelatina, cambiar la dinámica: un hombre común, alguien con
quien se podría tropezar cualquiera en la calle, pero accediendo a él a
partir de las representaciones que de sí mismo forma.
A cambio de glamour, miedo; en lugar de
un campo bombardeado, la intimidad de una habitación; sin un ícono del
mundo del espectáculo, un simple y vulgar desnudo, aunque sin los
retoques ni afeites propios de una fotografía dirigida. En otras
palabras, la búsqueda de un cuerpo tan deteriorado, como la idea de su
propietario.
La obra fotográfica de Samaras hoy forma
parte de la colección de más de una decena de museos. Pese a que entre
su trabajo se encuentra una porción relevante del arte contemporáneo de
finales del siglo XX, incluidas pinturas, arte objeto y escultura,
prácticamente ninguna de ellas rivaliza con su trabajo fotográfico
durante la primera mitad de los años 70.
Fuente: http://szofiel.wordpress.com
Interesante colorido. Transmite una sensacion demasido descarnada quizas, pero la tecnica es muy sugerente...
ResponderEliminarUn loquito Samaras! pero muy copadas las cosas que hizo! zarpadas fotos y anterior al photoshopeo de hoy en día increibles obras de arte!
ResponderEliminarbeso
M
gran blog ahora lo sigooo